MIS SENTENCIAS EJEMPLARES

martes, 2 de diciembre de 2008



Autores: Emilio Calatayud y Carlos Morán
Precio: 16,00 €
Páginas: 364
ISBN: 9788497347662
EAN: 9788497347662
Fecha: 07/10/2008
Formato: 15x23 Rústica

SINOPSIS:

El juez Emilio Calatayud se ha hecho famoso dentro y fuera de nuestras fronteras, por sus sentencias ejemplares y su sentido común a la hora de aplicar la justicia sobre los menores de edad. Este juez, conservador y revolucionario, inconformista y solidario, defiende que todo el mundo puede equivocarse, y más en el proceso de aprendizaje de la juventud, por eso sus decisiones siempre tratan de reeducar y sacar lo mejor de cada chaval.

En este libro nos cuenta de viva voz cómo empezó su andadura, su opinión sobre la educación que los padres están dando actualmente a sus hijos ―incluye la transcripción de una conferencia que dio sobre este tema y que ha sido vista por más de un millón de internautas― y los casos de su juzgado de Granada que más sorpresa han despertado en la sociedad:

• Condenado a dibujar un cómic, narrando su delito, a Enrique ―el ilustrador de estas páginas―, el chico que conducía una moto sin seguro.

• Castigado a aprender a leer y escribir un joven analfabeto por robar material de construcción.

• Gamberros obligados a colaborar con una institución de asistencia a personas con discapacidad por mofarse de un minúsvalido.

FRAGMENTO DEL LIBRO:

"Emilio Calatayud es un conservador que organiza revoluciones a diario. Si utilizamos un símil gastronómico para describir su personalidad, su faceta privada, él pertenecería a la cofradía del puchero. Sota, caballo y rey. Un buen cocido con todos sus «sacramentos» y que le den por ahí a la nouvelle cuisine. En el ámbito profesional, en cambio, es tan osado como Ferrán Adrià, por continuar con la analogía culinaria. Siempre ha sido así. En el don Emilio maduro sigue viviendo el
adolescente que fue: un chaval pendenciero, divertido, audaz y un tanto atolondrado. La toga no ha sido una cárcel; ni las puñetas que blanquean sus muñecas, unos grilletes. La solemnidad del cargo no ha enterrado sus genes traviesos. Dos en uno. Quizá ahí resida el secreto de su ancha y larga popularidad. Es el padre y el hijo… pero no el espíritu santo, que quede claro. Don Emilio es buena persona, pero no un beato o un bendito. En una entrevista le preguntaron si alguna vez había juzgado con resaca. Respuesta: «Digamos que salgo de vez en cuando y me tomo una cerveza o más, como todo el mundo. Y en alguna ocasión puedes acabar perjudicado, como todo el mundo».

Tampoco es don Emilio un héroe, un iluminado o un visionario que conoce todas las respuestas. A pesar de su voz de trueno, es un señor sensible y con don de gentes. Su despacho es una especie de gabinete psicopedagógico, un diván en el que, un día sí y otro también, se tumban papás y mamás que son incapaces de gobernar el timón de sus vidas. Sus niños se han rebelado y han tomado la Bastilla. Don Emilio escucha y aconseja. Ha entendido como nadie que él es el representante de un poder del Estado, pero también un servidor público, que, si me apuran, es lo esencial.

Él es así, pero no alardea de ello. Su lado amable y solidario es tan desconocido como su rostro protestón e inconformista. Es altamente probable que Emilio Calatayud sea el juez español que en más ocasiones y con más intensidad se ha enfrentado a la pétrea —cada vez menos, afortunadamente— jerarquía judicial. Lo que ocurre es que él no corre a contárselo a los medios de comunicación (si lo hubiese hecho, se habría ganado más titulares que un futbolista de relumbrón o una estrella del cinematógrafo). Aunque pueda parecer lo contrario, la fama le trae sin cuidado. Cuando cree que está ante una injusticia, se queja y punto. Sabe que habrá consecuencias, no es un inconsciente, pero no se calla. Es un juez que se atreve. Ha sido su seña de identidad desde que estrenó la toga, allá por el año 1980.

Una advertencia antes de seguir: todo lo que van a leer a continuación es rigurosamente cierto. El periodista no ha inventado nada. Lo que se cuenta es don Emilio en estado puro. Ni más ni menos.


En el libro inserta un 'Decálogo para formar un delincuente'.

Es muy interesante, y dice así:

1. Comience desde la infancia dando a su hijo todo lo que pida. Así crecerá convencido de que el mundo entero le pertenece.

2. No se preocupe por su educación ética o espiritual. Espere a que alcance la mayoría de edad para que pueda decidir libremente.

3. Cuando diga palabrotas, ríaselas. Esto lo animará a hacer cosas más graciosas.

4. No le regañe ni le diga que está mal algo de lo que hace. Podría crearle complejos de culpabilidad.

5. Recoja todo lo que él deja tirado: libros, zapatos, ropa, juguetes. Así se acostumbrará a cargar la responsabilidad sobre los demás.

6. Déjele leer todo lo que caiga en sus manos. Cuide de que sus platos, cubiertos y vasos estén esterilizados, pero no de que su mente se llene de basura.

7. Riña a menudo con su cónyuge en presencia del niño, así a él no le dolerá demasiado el día en que la familia, quizá por su propia conducta, quede destrozada para siempre.

8. Déle todo el dinero que quiera gastar. No vaya a sospechar que para disponer del mismo es necesario trabajar.

9. Satisfaga todos sus deseos, apetitos, comodidades y placeres. El sacrificio y la austeridad podrían producirle frustraciones.

10. Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga con sus profesores y vecinos. Piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hijo y que de verdad quieren fastidiarlo.

“Y cuando su hijo sea ya un delincuente, proclamad que nunca pudisteis hacer nada por él”.

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