EP EUROPAPRESS
Madrid - 6 de julio de 2007
Rosa Villacastín
No sé si la sentencia emitida por la jueza de Primera Instancia del Juzgado número 4 de Manresa, en la que se obliga a la madre de una pequeña de 8 años a entregarla al cuidado de los abuelos paternos para evitar que siga manipulándola en contra de su progenitor, servirá para que la pequeña recupere la normalidad afectiva, porque el daño que esa mujer ha infligido a la niña es enorme.
Perdónenme, pero no acabo de comprender cómo una madre que dice querer a su hija más que a nada en el mundo, es capaz de inculcarle tanto odio, tanta animadversión contra el hombre que le dio la vida, sólo porque entre la pareja las cosas no marchaban bien y tuvieron que tomar la decisión de poner tierra de por medio. Una separación que no debería de haber afectado a las relaciones paterno filiales, si no fuera porque Adriana, que así se llama la madre de la criatura, decidió que las reglas sobre la educación y vida de su pequeña las ponía ella en solitario, sin previo aviso a la otra parte. Y lo consiguió, vaya si lo consiguió, pues la niña terminó viendo a su padre -cuando lo veía que eran muy pocas veces-, como si este fuera un cajero automático.
Son muchos ya los padres que se revelan contra lo que es una clara discriminación contra el hombre, por el sólo hecho de serlo, y muchísimos los que no se resignan a no ver a sus hijos porque así lo ha decidido su mujer, y porque la justicia no tiene los medios necesarios para comprobar si se cumplen o no los acuerdos adoptados en el momento de la separación o divorcio.
Bien está que se persiga a los maltratadores, a los que no pagan la pensión de sus hijos, a los que no se ocupan afectivamente de ellos, pero sería injusto que todos fueran juzgados como delincuentes si no lo son, porque ni todos los hombres son malos ni todas las mujeres unas benditas. De ahí lo interesante de esta sentencia que puede servir para que se subsanen las injusticias que se están cometiendo en este sentido, y de las que los más perjudicados son precisamente los hijos.
Es cierto que la Ley del Divorcio es relativamente nueva, que mucha gente se casa pensando que es para toda la vida y que cuando el matrimonio se rompe, se les rompen los esquemas. También que la Ley de Igualdad ha venido a poner orden donde no había nada. Pero ha llegado la hora de empezar a separar la paja del trigo, a comprobar in situ si todas las denuncias que se hacen contra los padres que quieren ver a sus hijos y no pueden hacerlo, tienen una base real. Escuchar a ambas partes es necesario si no queremos que se sigan cometiendo más injusticias de las que ya hay.
Conozco mujeres a las que sus maridos no les pasan la pensión, pero también a muchos hombres que después de dejar el hogar conyugal, tienen que seguir pagando la hipoteca, la pensión, y lo hacen aunque ellos no tengan para alquilarse un pequeño estudio y tengan que volver al hogar de sus padres. Pero siendo esto grave, lo peor es cuando van a buscar a sus hijos, y les dan con la puerta en las narices. Son casos que hay que denunciar y la justicia tomar medidas para que no se repitan. Los hijos necesitan al padre y a la madre, siempre que los tengan, y hayan demostrado su idoneidad para ejercer ese difícil papel.
Rosa Villacastín.
Madrid - 6 de julio de 2007
Rosa Villacastín
No sé si la sentencia emitida por la jueza de Primera Instancia del Juzgado número 4 de Manresa, en la que se obliga a la madre de una pequeña de 8 años a entregarla al cuidado de los abuelos paternos para evitar que siga manipulándola en contra de su progenitor, servirá para que la pequeña recupere la normalidad afectiva, porque el daño que esa mujer ha infligido a la niña es enorme.
Perdónenme, pero no acabo de comprender cómo una madre que dice querer a su hija más que a nada en el mundo, es capaz de inculcarle tanto odio, tanta animadversión contra el hombre que le dio la vida, sólo porque entre la pareja las cosas no marchaban bien y tuvieron que tomar la decisión de poner tierra de por medio. Una separación que no debería de haber afectado a las relaciones paterno filiales, si no fuera porque Adriana, que así se llama la madre de la criatura, decidió que las reglas sobre la educación y vida de su pequeña las ponía ella en solitario, sin previo aviso a la otra parte. Y lo consiguió, vaya si lo consiguió, pues la niña terminó viendo a su padre -cuando lo veía que eran muy pocas veces-, como si este fuera un cajero automático.
Son muchos ya los padres que se revelan contra lo que es una clara discriminación contra el hombre, por el sólo hecho de serlo, y muchísimos los que no se resignan a no ver a sus hijos porque así lo ha decidido su mujer, y porque la justicia no tiene los medios necesarios para comprobar si se cumplen o no los acuerdos adoptados en el momento de la separación o divorcio.
Bien está que se persiga a los maltratadores, a los que no pagan la pensión de sus hijos, a los que no se ocupan afectivamente de ellos, pero sería injusto que todos fueran juzgados como delincuentes si no lo son, porque ni todos los hombres son malos ni todas las mujeres unas benditas. De ahí lo interesante de esta sentencia que puede servir para que se subsanen las injusticias que se están cometiendo en este sentido, y de las que los más perjudicados son precisamente los hijos.
Es cierto que la Ley del Divorcio es relativamente nueva, que mucha gente se casa pensando que es para toda la vida y que cuando el matrimonio se rompe, se les rompen los esquemas. También que la Ley de Igualdad ha venido a poner orden donde no había nada. Pero ha llegado la hora de empezar a separar la paja del trigo, a comprobar in situ si todas las denuncias que se hacen contra los padres que quieren ver a sus hijos y no pueden hacerlo, tienen una base real. Escuchar a ambas partes es necesario si no queremos que se sigan cometiendo más injusticias de las que ya hay.
Conozco mujeres a las que sus maridos no les pasan la pensión, pero también a muchos hombres que después de dejar el hogar conyugal, tienen que seguir pagando la hipoteca, la pensión, y lo hacen aunque ellos no tengan para alquilarse un pequeño estudio y tengan que volver al hogar de sus padres. Pero siendo esto grave, lo peor es cuando van a buscar a sus hijos, y les dan con la puerta en las narices. Son casos que hay que denunciar y la justicia tomar medidas para que no se repitan. Los hijos necesitan al padre y a la madre, siempre que los tengan, y hayan demostrado su idoneidad para ejercer ese difícil papel.
Rosa Villacastín.
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