XLSEMANAL
Carmen Posadas
FIRMAS - 2 de septiembre de 2007
Ahora que tan tristemente de moda está el SAP (hay que ver cómo nos gustan las tontas siglas) o, lo que es lo mismo, el síndrome de alienación parental, me gustaría decir que el fenómeno, aunque parezca nuevo, es viejo como el mundo. Ya Eurípides, cinco siglos antes de Cristo, recogió una historia según la cual Medea, hija del rey Eetes, sacrificó a sus hijos para vengarse de Jasón, su marido y famoso héroe de los argonautas. Se cuenta que cuando él la abandonó por otra mujer, Medea degolló a sus dos hijos y, a continuación, exclamó ante sus cadáveres: «¡Oh, niños! Cómo habéis perecido por culpa de la locura de vuestro padre. Pero no os destruyó mi mano, sino su ultraje y su reciente boda».
Hay que decir, para hacer honor a la verdad, que Jasón era un tramposo y un mentiroso. En efecto, engañó a Medea ocultándole incluso que se había casado con Glauca (en esto de los desamores, ya se sabe, nadie es del todo inocente), pero no cabe duda de que la respuesta de Medea a sus engaños fue brutal, por no decir desquiciada. La historia sirve ahora para reflexionar sobre esos progenitores a los que, metafórica –o no tan metafóricamente–, no les importa sacrificar a sus hijos con tal de hacer daño a su ex pareja. Sobre personas que utilizan la fácilmente manipulable personalidad de un niño para volverlos contra la que fue su pareja, sin importarles el daño que con ello ocasionan a sus hijos.
El caso es grave y, recién ahora, gracias a varias sentencias judiciales, se comienza a hablar de sus particularidades y de sus efectos.
Sin embargo, a mí me gustaría ir un poco más allá y hablar de otro SAP o síndrome de Medea, mucho menos conocido. Me refiero a un fenómeno que se produce incluso dentro de familias bienavenidas. Entre parejas que viven juntas y que dicen quererse. En este caso el SAP (empiezan a cargarme las siglas de marras, pero en fin) se manifiesta de un modo que parece casi inofensivo. «Esto que has hecho –dice por ejemplo una madre a su hijo– no se lo vamos a contar a papá; será un secreto entre nosotros, porque si llega a enterarse…». O bien: «No le digas a tu madre tal o cual cosa. Mejor que no lo sepa, ella no lo entendería; yo en cambio te comprendo y te apoyo». Piensan, quienes así actúan, que están ayudando a su hijos. Dicen (y tal vez lo crean con aparente buena fe) que su cónyuge es insensible a los problemas del hijo, o intolerante, o estúpido y de todo ello tienen que proteger al retoño.
No se dan cuenta de que tales mensajes, en apariencia bien intencionados, esconden varios mensajes que no dicen nada bueno de ellos mismos. Para empezar, revelan una debilidad de carácter que precisa reforzarse monopolizando el cariño del hijo. Implican también que se rivaliza insanamente con la pareja y que por tanto existen por ahí muchos esqueletos en el armario. Pero significa además que ese padre o madre tan preocupado por `ayudar´ a su hijo y encubrir sus pequeñas travesuras, es tan manipulador como los progenitores que alienan a sus hijos alejándolos de su ex pareja.
El fenómeno, aunque en menor escala, es exactamente el mismo y, por tanto, no baladí. Porque, también en este caso, intentando supuestamente hacerles un bien, se está haciendo un mal. El mensaje que ellos creen que recibe el niño es: «Yo te quiero y te comprendo mejor que él o ella». El que reciben en realidad es: «Tu padre o madre no te quiere» o «tu padre o madre es tonto/ malo/ insensible». Sin embargo, como en esta vida siempre ha habido justicia –aunque sea sólo poética–, lo que ignoran todos los alienadores parentales es que, tanto en el caso de los ex cónyuges que manipulan a sus hijos tras un divorcio, como los que los alienan mínimamente con su «yo te quiero más», al final los perdedores serán ellos. Puedo decir por experiencia directa que es así.
Y es que, como decía Oscar Wilde, los niños comienzan amando a sus padres, más tarde los juzgan, y raras veces los perdonan. Que lo sepan pues todos los `sapistas´ que con tanto ahínco se empeñan en emular a Medea.
Carmen Posadas
FIRMAS - 2 de septiembre de 2007
Ahora que tan tristemente de moda está el SAP (hay que ver cómo nos gustan las tontas siglas) o, lo que es lo mismo, el síndrome de alienación parental, me gustaría decir que el fenómeno, aunque parezca nuevo, es viejo como el mundo. Ya Eurípides, cinco siglos antes de Cristo, recogió una historia según la cual Medea, hija del rey Eetes, sacrificó a sus hijos para vengarse de Jasón, su marido y famoso héroe de los argonautas. Se cuenta que cuando él la abandonó por otra mujer, Medea degolló a sus dos hijos y, a continuación, exclamó ante sus cadáveres: «¡Oh, niños! Cómo habéis perecido por culpa de la locura de vuestro padre. Pero no os destruyó mi mano, sino su ultraje y su reciente boda».
Hay que decir, para hacer honor a la verdad, que Jasón era un tramposo y un mentiroso. En efecto, engañó a Medea ocultándole incluso que se había casado con Glauca (en esto de los desamores, ya se sabe, nadie es del todo inocente), pero no cabe duda de que la respuesta de Medea a sus engaños fue brutal, por no decir desquiciada. La historia sirve ahora para reflexionar sobre esos progenitores a los que, metafórica –o no tan metafóricamente–, no les importa sacrificar a sus hijos con tal de hacer daño a su ex pareja. Sobre personas que utilizan la fácilmente manipulable personalidad de un niño para volverlos contra la que fue su pareja, sin importarles el daño que con ello ocasionan a sus hijos.
El caso es grave y, recién ahora, gracias a varias sentencias judiciales, se comienza a hablar de sus particularidades y de sus efectos.
Sin embargo, a mí me gustaría ir un poco más allá y hablar de otro SAP o síndrome de Medea, mucho menos conocido. Me refiero a un fenómeno que se produce incluso dentro de familias bienavenidas. Entre parejas que viven juntas y que dicen quererse. En este caso el SAP (empiezan a cargarme las siglas de marras, pero en fin) se manifiesta de un modo que parece casi inofensivo. «Esto que has hecho –dice por ejemplo una madre a su hijo– no se lo vamos a contar a papá; será un secreto entre nosotros, porque si llega a enterarse…». O bien: «No le digas a tu madre tal o cual cosa. Mejor que no lo sepa, ella no lo entendería; yo en cambio te comprendo y te apoyo». Piensan, quienes así actúan, que están ayudando a su hijos. Dicen (y tal vez lo crean con aparente buena fe) que su cónyuge es insensible a los problemas del hijo, o intolerante, o estúpido y de todo ello tienen que proteger al retoño.
No se dan cuenta de que tales mensajes, en apariencia bien intencionados, esconden varios mensajes que no dicen nada bueno de ellos mismos. Para empezar, revelan una debilidad de carácter que precisa reforzarse monopolizando el cariño del hijo. Implican también que se rivaliza insanamente con la pareja y que por tanto existen por ahí muchos esqueletos en el armario. Pero significa además que ese padre o madre tan preocupado por `ayudar´ a su hijo y encubrir sus pequeñas travesuras, es tan manipulador como los progenitores que alienan a sus hijos alejándolos de su ex pareja.
El fenómeno, aunque en menor escala, es exactamente el mismo y, por tanto, no baladí. Porque, también en este caso, intentando supuestamente hacerles un bien, se está haciendo un mal. El mensaje que ellos creen que recibe el niño es: «Yo te quiero y te comprendo mejor que él o ella». El que reciben en realidad es: «Tu padre o madre no te quiere» o «tu padre o madre es tonto/ malo/ insensible». Sin embargo, como en esta vida siempre ha habido justicia –aunque sea sólo poética–, lo que ignoran todos los alienadores parentales es que, tanto en el caso de los ex cónyuges que manipulan a sus hijos tras un divorcio, como los que los alienan mínimamente con su «yo te quiero más», al final los perdedores serán ellos. Puedo decir por experiencia directa que es así.
Y es que, como decía Oscar Wilde, los niños comienzan amando a sus padres, más tarde los juzgan, y raras veces los perdonan. Que lo sepan pues todos los `sapistas´ que con tanto ahínco se empeñan en emular a Medea.
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